Te levantas un día, comienzas a realizar casi
de manera automática todas tus actividades. Te bañas, desayunas, revisas tu
correo electrónico o redes sociales o prendes la tv para ver las noticias a
nivel nacional e internacional, o puede que leas algún libro de tu preferencia.
Entonces sabes que ya es hora de salir de casa. Usas un transporte, ya sea
propio o público. Llegas a tu trabajo o lugar de estudio, y allí haces lo que
se supone debes hacer. De pronto un pensamiento viene a ti: “¿Por qué hago esto? ¿Cuál es mi propósito
al estar aquí?”. Tu mente intenta justificar lo que sabes que es
injustificable. Termina tu jornada y vuelves a casa. Comes algo, lees, ves tv u
otro y finalmente te duermes, porque ya es tarde y sabes que si no lo haces, en
la mañana no te podrás levantar.
Así son todos tus días. Tu vida social
disminuye y tus compromisos aumentan, también aumentan tus gastos. Entonces
nuevamente sabes que algo está mal. Estás haciendo todo de forma robótica o
automática y vivir así, ¿es realmente vivir?
El
verbo vivir supone actividad, pero si tu haces algo es porque quieres lograr
algo. Sin embargo, cuando cobras tu quincena, pagas tus gastos y
deudas y ya no te queda nada para “disfrutar” o para lograr eso que tanto
anhelas. Parece que te volviste esclavo del sistema.
Ya no sabes porqué estudias esa carrera que
todos te recomendaron, de la cual nunca estuviste seguro, ya no sabes porqué
estás en ese trabajo que no disfrutas, que se ha vuelto tan rutinario...
¿Por
qué o para qué hago lo que hago? El ser humano debe vivir con un propósito.
Desde que nacemos buscamos “eso” que haremos para sentirnos llenos y vivos,
pero “eso” parece nunca llegar. Y si yo te digo que “la vida no es lo que
queremos que sea, sino lo que nosotros hacemos que sea”...CONTINUARÁ
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